martes, junio 13, 2006



La sala de espera de urgencias en un hospital es uno de esos pocos lugares en los que los humanos nos mostramos en toda nuestra dimensión, dejando a un lado la posición que ocupamos en esta pirámide de jabón y encomendándonos a la fe en el otro de una manera abiertamente desesperada.

Un matrimonio de 60 años frota sus manos con gesto de ternura compasiva. Buscan sus miradas ofreciéndose el uno al otro en cuerpo y alma, recogiendo en un sólo instante toda una vida de convivencia. Ella aun no lo sabe pero le queda un tortuoso camino de recuperación. Un infarto cerebral acaba de darle la oportunidad de amar más profundamente. Desde este momento su marido va a convertirse en centro motor de su actividad. Él será quien recicle esos años anteriores y los convierta en energía motriz. Su función será primordial. De esta forma, discretamente y sin que el mundo deje a un lado sus desavenencias y conflictos sin sentido, una pareja de 60, va a ofrecernos al resto una demostración gratuita de amor total.
Podemos atenderles o seguir inmersos en nuestras carreras profesionales, fondos de interés e inversiones a corto plazo. La elección está en nuestras manos.
A ella su mano derecha no le funciona. Mantiene su fuerza pero no su tacto. Tendrá que recurrir a su memoria afectiva para rememorar aquel instante en el que acercándose a la cara de su marido y después de acariciarle el pelo su corazón sintiera como si el resto del mundo fuera en sentido contrario.

Todo este proceso sucede paralelo a la enfermedad. Un deterioro físico va acompañado de una depuración afectiva. Ya no existen pretextos ni prejuicios. Ahora nos enfrentamos con la muerte que es la única que puede juzgarnos bajo el mismo rasero. Nuestra única respuesta debe ser el amor. Morir amando es la manera de demostrar que todo lo que ha pasado hasta ahora tiene sentido.

Yo personalmente estoy convencido de que lo tiene.

3 comentarios:

Unknown dijo...

No eres el único.
Conmovedora historia. No tengo más palabras.

Un saludo.

Gonzalo Vicente dijo...

La enfermedad propia o ajena nos enseña muchísimo sobre la condición humana.
Excelente y emotiva reflexión.

Un saludo.

soyaliki dijo...

Desafortunadamente la enfermedad y la muerte nos hace ver la realidad en tres dimensiones. Hasta que uno no piensa que puede perder algo, no se da cuenta de lo mucho que le importa o de lo poco, que hay gente para todo.

Ciao chulo.