miércoles, mayo 31, 2006


Terminas acostumbrándote a pasear de la mano de tu perro con un puño incrustado en la boca.
Al principio cuesta hacerte con la sensación un tanto caníbal del sabor a piel que desprende el miembro. No tardas en habituarte y enseguida te das cuenta que causas una extravagante espectación por donde quiera que circulas.
La raíz que guardo en el bolsillo segrega una savia que absorbe la epidermis de mi pierna izquierda. Es por eso por lo que notaba un hormigueo extraño. Cuando miré hacia abajo pude comprobar que la extremidad se había transformado en un señor pequeño que controlaba un muñeco teledirigido a imagen y semejanza de si mismo. El individuo no paraba de insultar a su clon. Yo sin mediar en aquella trifulca salté hacia otra situación que me resultara más familiar pero no hallé ninguna por aquel entorno.
Este hecho me hizo sentir realmente abatido y no tuve más remedio que ladrar a mi perro para que detuviésemos el paseo. A él no le hizo ninguna gracia pero consintió la parada por el afecto que me guardaba.
Desde ese momento supe que el puño que me impedía pronunciar la “f” con absoluta corrección me acompañaría el resto de mi existencia. Tuve algunos segundos para asimilarlo. En cuanto lo hice, comencé a retirar impulsos nerviosos del frente y a plantearme una vida placentera sujeta a las fluctuaciones del mercado bursátil.

2 comentarios:

Gonzalo Vicente dijo...

La vida placentera se está convirtiendo para los psicologos modernos en una autentica panacea. Antes el "dolce far niente" era cosa de vagos e indeseables. Ahora es sinónimo de inteligencia, aunque sea emocional. El otro día se lo escuché al protagonista de una serie americana: "Haz poco... y tirate el moco".

Anónimo dijo...

I find some information here.