lunes, mayo 22, 2006



Earvin Johnson era jugador de baloncesto profesional.
Dos metros once centímetros de persona. Era un tipo extremadamente fuerte. Físicamente.
Esta complexión atlética y su nombre (recordemos al gran Earvin Magic Johnson, polifacético jugador de los Ángeles Lakers) parecían condenarle a la práctica del baloncesto. Sin embargo a él nunca le interesó realmente este deporte. Su llegada al mundo profesional fue debida a una cadena de consecuencias basadas en su potencial físico.
Earvin era uno de esos tipos que se dejan llevar por el viento que más fuerte sople.
Ya con 32 años y después de varios intentos poco afortunados en la liga profesional americana, Earvin recaló en la liga española y se asentó en Bilbao donde fue adoptado desde un principio como la gran esperanza de un club condenado al descenso de categoría. Esta presión sobre un hombre frágil hará que los hechos se precipiten de manera irremediable en cuestión de meses.

Earvin estaba casado y tenía dos hijos, Joe y Andrea. Su mujer, Dora, era el motor de su vida. Parecía como si el centro de operaciones de Earvin no se encontrase en su propia persona y estuviera en la de Dora. Él actuaba como un auténtico ser teledirigido. Fue ella quien dándose cuenta que a su marido le quedaban pocos años de baloncesto le aconsejó que buscase el pan fuera de su país ya que allí no había conseguido triunfar. Su futuro aun era incierto y decidieron aceptar una oferta que un equipo español hizo a su representante.
continuará

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