domingo, septiembre 17, 2006



Definitivamente el domingo es el día del señor. De todos los señores que utilizan el día para acicalar sus flamantes vehículos y lucir su potencial para demostrar al mundo que ellos y sus máquinas son un mismo ser.
Caballos alborotados, elevalunas como soles y equipos de sonido listos para la gran función. Litros de agua despilfarrados sin ton ni son para sacar brillo a esas pinturas metalizadas que tan buen resultado dan con los reflejos solares del atardecer. Motores que se muestran como la prolongación del miembro viril que hay que cuidar y proteger como seña de identidad.
Resulta muy divertido frecuentar las terrazas al aire libre los domingos donde se sirven litros de cerveza y ver como alrededor del establecimiento se amontonan vehículos a cuatro, dos y hasta tres ruedas. La llegada y la partida del individuo motorizado al establecimiento es el momento cumbre de la demostración de poder. Si el sujeto lleva una gran motocicleta no dudará en poner sus tubos de escape al rojo para anunciarnos su llegada como si de un paje real en diciembre se tratara. A medida que el coche gana en antigüedad se va haciendo notar mucho menos. Los vehículos de más de diez años suelen aparcar sigilosamente al fondo del aparcamiento o en la calle paralela donde nadie será testigo de su vergüenza.
El espectáculo llega a su momento de éxtasis cuando aparece brillando como un lucero uno de esos vehículos VIP con otro de aquellos tipos sacado de una película de Torrente. Este pavo real sin corona suele hacer un completo uso de la longitud de su trasatlántico interponiéndolo entre su pequeño cerebro y la puerta del establecimiento de forma que hasta el perro del dueño tiene que ver aquel dinosaurio con ruedas. En el fondo todo el mundo menos él sabe que es un perfecto cretino pero nadie se atreve a hacerle el enorme favor de confirmárselo.
Una vez yo tuve es valor. Me encontré de bruces con un ejemplar de estos que había tenido la brillante idea de aparcar su mastodonte en medio de la acera. Evidentemente no se encontraba a más de 15 mm. de distancia de su alter ego motorizado y me fue fácil dar con él. Pruedentemente le invité a que apartara su “aparato” de mi camino a lo que él respondió que estaba tomando unas cervezas y que sólo iba a estar un momento (cuánto es un momento cuando se habla de tomar unas cervezas?). Momento preciso en el que yo pasaba con el carrito de mis hijos. En un arrebato paternal tuve la poca acertada idea de arrancarle de cuajo uno de sus espejos retrovisores. Lo que vino después no puedo contarlo aquí. Utilicé sus códigos primitivos de forma demasiado explícita y casi me cuesta un disgusto. Esto me enseñó que a un macho auténtico jamás debes tocarle el vehículo porque es algo tan aferrado a sus testículos que pueden llegar a matar para protegerlo.
Recomiendo el uso del transporte público.

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