jueves, julio 20, 2006


En el pueblo en el que vivo, hace ya bastantes años, los desbordamientos del Gadalquivir en época de lluvias, provocaron que el agua llegara al mismo centro de la localidad, que dista unos 3 kilómetros del propio cauce del río.
Yo era un adolecescente granudo cuando sucedió esto. Fue mi primera situación de peligro. Los adolescentes son una especie extraña que aprovecha las catástrofes para reafirmar su disconformidad con todo lo que le rodea. Yo no era ninguna excepción y aquellas riadas me trajeron esa indescriptible sensación de apertura y libertad que sólo el agua puede traer.
Hoy, algo más consciente e inamovible, me hace sentir mal recordar la inconsciencia de pensamiento que por aquel entonces disfrutaba.

De aquellas épocas de desbordes y desazón sólo queda el recuerdo y unas pequeñas piezas metálicas que muchos de mis vecinos adjuntaron al poyete de sus casas. Estas piezas eran unos carriles de metal donde el propietario encajaba una tabla de madera (la formica no servía. Se hinchaba y era destruida fácilmente por el agua). De esta forma ante el más mínimo atisbo de tormenta se echaba mano de la tabla que guardaban en el garaje. La altura que esas tablas protectoras alcanzaban era de unos 50 cm. Todo lo que pasase de esa altura podía ser catalogado como catástrofe doméstica en toda regla. Estoy seguro que si miramos con atención los bajos de los muebles del salón de algunos de mis vecinos, aun hoy tienen que quedar restos de barro adheridos a la madera.

Ese momento de crecimiento personal quedará unido en paralelo al crecimiento ocasional del río. Ahora todo eso está controlado mediante colectores voluminosos que retienen el agua y también todos aquellos recuerdos que me trajo el río.

Por suerte por las calles aun puedo seguir contemplando aquel ingenio para salvarse de las aguas del que hoy sólo permanecen los rieles metálicos. Estos objetos que el tiempo ha ido aparcando forman parte junto con otros de la historia de un pueblo. Objetos que referencian un hecho concreto sucedido en una época determinada y que el azar y la desconfianza en este caso han hecho que pasase a ser parte de la piel urbana. Piel marcada y curtida por el paso de los años y de los comportamientos, costumbres y rutinas de un río humano que no deja de fluir.

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